Cuando somos niños, buscamos seguridad en nuestros padres. Buscamos su mirada, su validación, su protección. Y cuando no la encontramos como la necesitamos, cuando nos dicen “no pasa nada” en lugar de preguntarnos “¿qué sientes?”, aprendemos a callar. Aprendemos que nuestras emociones no son tan importantes.

Pero las emociones no desaparecen. Se quedan en el cuerpo. En las noches de insomnio. En la ansiedad. En los recuerdos que siguen vivos a pesar del tiempo.

Por eso, ahora quiero que te preguntes:

📌 ¿Dónde siento ese miedo en mi cuerpo cuando lo recuerdo?
📌 Si pudiera hablar, ¿qué me diría?
📌 ¿Cómo puedo decirle a esa niña que ya no está sola?